«Obligada te veas», decimos muchas veces. Y es cierto. En ocasiones no te queda más remedio que hacer o decir algo con lo que no contabas, que no te apetece demasiado, que te cuesta, o que no te interesa, pero… qué remedio, has de hacerlo.
La situación que estamos viviendo nos está obligando a vivir situaciones del todo extrañas y excepcionales: mantener distancias, lavarnos las manos con más frecuencia de lo habitual, aprender palabras o expresiones nuevas o usar algunas conocidas pero poco utilizadas (seroprevalencia, desescalada, confinamiento, distancia física, pandemia)… Todas y todos estamos en medio de acciones infrecuentes que, poco a poco, van formando pate del día a día.
El covid-19 está trayéndonos nuevos hábitos, y uno de ellos, positivo este, es la necesidad de mirarnos a los ojos. Obligada te veas si tienes que hablar a través de la mascarilla, sí, obligada te veas.
Habitualmente, en una conversación, buscamos el encuentro también a través de la mirada, no solo del intercambio de palabras. Miramos los ojos, la expresión de la boca; intentamos conectar con quien está delante. Resulta muy molesto estar hablando con alguien que mira continuamente su teléfono móvil, o que mira hacia otro lado.
Ahora tenemos la mitad del rostro cubierto. Estamos deseando decir, como el salmista a Dios, «¡muéstrame tu rostro!». Lo que queda visible son los ojos, y estos, no engañan. No en vano decimos que los ojos son el espejo del alma. No en vano, lo primero que hacemos cuando nos enfadamos con alquien, es evitar mirarlo a los ojos. ¡La cantidad de paseos tontos que me he dado yo por los pasillos y claustros del monasterio solo por evitar cruzar mi mirada con alguna hermana con la que estaba molesta! Cada vez son menos, ¿eh? No porque no me moleste a veces, o moleste yo, sino porque es más rentable solucionar pronto el conflicto que gastar zapatilla absurdamente.
Tenemos la oportunidad de mirarnos a los ojos e intentar leer más allá de la primera impresión.
Podemos buscarnos, sonreirnos con complicidad, valorar la expresividad de los ojos que se quieren, o intuir lo que no quieren decir los ojos, y su mirada, recién conocidos.
En fin, que nos toca mirarnos a los ojos si queremos relacionarnos. Ojalá aprendamos y sigamos haciéndolo cuando podamos quitarnos las mascarillas. Ojalá podamos sostener las miradas porque nuestra vida se está convirtiendo en más honesta, más coherente, más limpia, más humilde y no tenemos nada que reprochar ni nada de qué avergonzarnos.
Os invitamos a reflexionar en el uso que hacemos de la mirada, en cómo jugamos con ella, cómo manipulamos con ella, o cómo nos comunicamos a través de ella.
Por ejemplo, ¿miras siempre a tu interlocutor cuando le das algo?, es decir, si tienes que pasarle un libro a alguien, ¿lo miras a los ojos?, ¿o le tiendes el libro sin más? Un libro, un vaso, las llaves,…
¿Hacia dónde miras?
¿Hacia dónde mira Dios?
